Recuerdos al pie del trono

Por Jorge Ernesto Angulo Leiva

Tras la victoria argentina en el Mundial de Catar, muchos aficionados le tendieron a Lionel Messi la alfombra de la gloria hacia el recinto del mejor jugador de todas las épocas, pero otro astro respondió once días después desde el silencio. Pelé nos recordó su talla con la única fuerza superior a su fútbol: la muerte.

Para la mitad del alma de los amantes de este deporte, el año terminó dos días antes de lo previsto porque El Rey llevará consigo, como compañera de su viaje, la alegría de las fiestas, esa que bailó en sus pies como símbolo y síntesis de lo mejor de Brasil, de la samba y la Capoeira.
Una anécdota o leyenda –estas horas fusionan la vida y el mito– le atribuye al niño Edson Arantes do Nascimento, a sus diez años, la promesa de regalarle a su padre Joao Ramos una Copa del Mundo. La revelación de esa locura lúcida aconteció en 1950 cuando todos los brasileños convirtieron su país en una lágrima por la derrota del Maracanazo.

El lugar de nacimiento de la estrella también participó en las complicidades de su destino, pues la localidad de Três Coraçoes (Tres Corazones) adivinó la cantidad de trofeos mundialistas Jules Rimet conquistados por el 10 y su elenco. Tres veces latió el corazón del gigante sudamericano en el centro del mundo mientras su mago bendecía los estadios.

Por encima de sus cualidades, resaltó su valentía para defender el jogo bonito cuando muchos de sus compatriotas le conferían a ese estilo «inmaduro» la culpa por el fracaso de 1950; pero él, Garrincha, Didi, Rivelino, Jairzinho y otros rebeldes demostraron que la belleza también puede ser efectiva.

Aquella propuesta desatinada en un deporte de tantas reglas, amarres y hasta sufrimientos impuestos en pos de la victoria, convirtió a la Canarinha desde Suecia 58hasta la década de los 80 en un equipo de niños, deleitados con el regalo del balón, de frente a la portería y agradecidos por la eternidad de los 90 minutos.

La rebeldía de Pelé resultó menos evidente que la de Maradona, proyectada en todos los sentidos dentro y fuera de las canchas. Tampoco enfrentó la dictadura como otros jugadores agrupados bajo la Democracia Corinthiana; pero sin el desenfado del delantero, faltaría una parte del mapa del tesoro para comprender la identidad brasileña.

Las huellas marcadas con sus tacos en el Santos, el New York Cosmos y con su selección, dibujaron un perfil de su país y lo rellenaron con cada uno de sus 1283 goles, pases, regates.

Muchas personas y en especial futbolistas, entrenadores, directivos, hombres consagrados al balón en distintas épocas, unieron su plegaria en las últimas horas por la leyenda: Ronaldinho, Jürgen Klopp, Casemiro, Juan Pablo Sorín, Gianni Infantino, Lewandowski, Zidane, Messi…

«Ni siquiera sé cómo empezar, no puedo encontrar las palabras adecuadas y ni siquiera sé si existen», «Convirtió el fútbol en arte», «El fútbol ha perdido hoy al más grande de su historia y yo he perdido a un amigo único». Tropiezan estos mensajes de Bebeto, Neymar, Beckenbauer con muchos otros.

La bomba central del estadio Vila Belmiro, del Santos, acogerá el féretro de Pelé el próximo lunes, desde donde ocurrirá su salida –como la de tantos balones luego de sus dianas– hacia el cementerio Memorial Necrópolis Ecuménica.

Si el diez Rey (Pelé) actúa como un mensajero del D10s (Maradona), quizás llegó el momento de aceptar su mensaje de adiós, pero todos los devotos de esta religión deportiva enfrentarán esos designios divinos. Tal vez, solo el recuerdo ajeno a todas las pasiones y a las comparaciones, reconocerá la suerte de la existencia de tantas estrellas.


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