Los últimos avisos del campanario

Por Jorge Ernesto Angulo Leiva

Resulta muy contradictoria la clasificación de la humanidad como homo sapiens porque aunque nuestra especie ha exhibido su sabiduría a través de creaciones únicas, también ha lucido su torpeza por medio de destrucciones gigantescas y sistemáticas. Los últimos siglos y las primeras décadas del presente, bastaron para devastar gran parte de las condiciones naturales formadas durante miles de millones de años.

Actualmente, la crisis climática transita por su paroxismo, pero a muchas personas, sobre todo a los grandes culpables de ese desastre, les importa un comino. Por tales motivos, del 31 de octubre al 12 de noviembre sesiona la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) en Glasgow, Escocia, Reino Unido.

Líderes del orbe, científicos, empresarios y miembros de la sociedad civil representarán en la cita cerca de 200 naciones. Sin embargo, aparece como una debilidad de antemano la dificultad para la asistencia de los delegados de los países subdesarrollados, por causas como la inicua distribución de vacunas, las restricciones de viajes y los costos de alojamiento. La ausencia de una parte de los invitados disminuiría el alcance del evento, porque la salvación del planeta debe surgir del conocimiento y el respeto de todos los criterios.

Si la injusticia del sistema dominante condiciona incluso una reunión tan importante como esta, muy poco o nada podrá avanzar la esperanza de perdurar sobre la Tierra. La mayoría de las instituciones internacionales vigentes ignora la voluntad de los pueblos, daña el medio ambiente y favorece el fin máximo de la producción de capital; pero el dinero carece de valor si desaparecen sus productores, sus consumidores o los medios de consumo.

Mientras Estados Unidos, para extender su reino, promueva una Marcha Anti-Cívica en Cuba; mientras Israel expanda sus asentamientos ilegales en Palestina; mientras Gran Bretaña prosiga con el robo de las Islas Malvinas, para asegurar una fuente de agua; mientras los millonarios depositen sus fortunas en los paraísos fiscales; mientras el dinero exigido para erradicar las tragedias humanas, engrose los fondos de las campañas militares, subversivas y electorales; en fin, mientras el imperialismo conserve su primacía, la historia continuará tentada a recorrer la senda del exterminio.

Tales hechos provocan una degradación directa de la naturaleza y la perjudican indirectamente porque desvían la atención y las preocupaciones del mayor de los problemas. En la segunda mitad del siglo XIX, Karl Marx advirtió a través del primer tomo de El Capital (1867) cómo este chorrea «sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies».

Por tanto, la solución del desastre climático transita por una modificación política, como alertaron grandes pensadores latinoamericanos. El intelectual cubano Roberto Fernández Retamar escribió en sus ensayos sobre la urgencia de arribar a un mundo posoccidental, sin más hegemonías; Fidel Castro, en su ejemplar discurso de la Cumbre de la Tierra de Brasil en 1992, criticó como un cáncer fulminante el orden unipolar establecido tras el fin del Campo Socialista; por su parte Hugo Chávez, en el COP15 de Dinamarca en 2009 expresó: «¡No cambiemos el clima, cambiemos el sistema!».

Muchos defienden la formación económico-social imperante como una ley eterna, pero se les enfrenta los datos científicos de la actuación de ese tipo de sociedad como victimario y víctima en el empeoramiento progresivo del entorno. Al capitalismo le restan unos años para caer y le esperan dos posibles escenarios: o cede su lugar a una organización social realmente civilizada, o arrastra hasta su tumba a la humanidad e incluso a toda forma de vida.

Ninguna generación posee la culpa por los errores de las anteriores, pero debe asegurar un futuro mejor para las sucesoras. A los hombres y mujeres de hoy les corresponde la misión de detener el crimen planetario, y solo resultará posible con la unidad de todos los individuos, los grupos y los países. El marxista estadounidense Alan Woods enfatizó, como requisito para tal cooperación, en la urgencia de la lucha «para acelerar el proceso de la revolución, que es el único que puede poner fin a la agonía mortal de un sistema caduco, podrido y completamente en decadencia».

Los adelantos de la tormenta

Aunque algunas personas prefieren calificar la crisis del clima como un invento chino para vencer en su pugna comercial; las estadísticas recogidas en los informes científicos y las experiencias cotidianas brindan una medida de la certeza del fenómeno.

El lustro más reciente constituyó el más caluroso registrado; los incendios azotan todos los bosques; las sequías, inundaciones, tifones y huracanes presentan mayor frecuencia e intensidad; en general, el medio siglo pasado concluyó con un promedio de desastres cinco veces superior a lo habitual. Con este ritmo, dentro de unas décadas el mar cubrirá pequeños estados insulares, debido al derretimiento de los polos.

Las reuniones más relevantes sobre el tema en los últimos tiempos cuentan con fracasos como la donación pactada de los países poderosos a los más desfavorecidos, de 100 mil millones de dólares anuales en el período de 2010 hasta 2020. Sin embargo, en 2019 faltó un quinto de la cifra propuesta para completar el compromiso; una muestra más de la ineficacia de las relaciones internacionales sobre la plataforma política reinante.

En la cita de París 2015 nació un acuerdo no vinculante sobre un punto fundamental: la restricción de los gases de efecto invernadero, en especial el carbono, para limitar el aumento de la temperatura hasta 2 grados centígrados con respecto a la era preindustrial, iniciada en el último tercio del siglo XVIII.

Los firmantes del documento deben actualizar cada cinco años sus planes de acción para reducir las emisiones, pero según un informe de septiembre de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los planes actualizados hasta la fecha cubren apenas la mitad de las emanaciones.

Glasgow permitirá comprobar los avances de las partes en su responsabilidad por disminuir las emisiones hasta 2030, así como medir la posibilidad objetiva de eliminar la huella de carbono de la matriz energética del orbe en 2050.

Mientras, la ciencia propone las alternativas de los autos eléctricos, de las plantas para capturar dióxido de carbono, de la tecnología para potabilizar el agua de los océanos, de las ciudades inteligentes… No obstante, la capacidad para la explotación de los recursos naturales rebasa ampliamente las capacidades para su protección.

Algunos investigadores usan la ciencia como un juego de niños, sin interés por las consecuencias de sus innovaciones. El creador de Microsoft, Bill Gates ideó una receta basada en la geoingeniería con el fin de contrarrestar las modificaciones del clima a través de procesos artificiales, pero sin considerar las posibles secuelas de sus actos y decidido, a toda costa, a salvar al capitalismo por encima de la vida. Ninguna iniciativa triunfará si procede sin el ánimo de atacar la raíz de los males.

Las campanas comenzaron a sonar con la suficiente anticipación para atender su llamado, pero muchos prefirieron taparse los oídos y pronto nadie quedará para escucharlas. Glasgow quizás regale la última oportunidad, pero todavía a muchos les preocupa exclusivamente su bienestar individual.

Marx resumió la mentalidad de tales seres con una frase maestra: «algún día habrá de desencadenarse la tormenta, pero cada uno espera que se descargará sobre la cabeza del prójimo, después que él mismo haya recogido y puesto a buen recaudo la lluvia de oro ¡Después de mí el diluvio!»


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